El American College of Cardiology y la American Heart Association han celebrado recientemente su congreso anual. Lo más destacable de este congreso, por las implicaciones que lleva, es la redefinición de los límites para considerar que la tensión arterial está elevada. Este cambio en los límites se ha basado fundamentalmente en un importante estudio, publicado en noviembre de 2015, el estudio SPRINT. Como ya adelanté en el post de octubre de 2016 este estudio probablemente redefiniría los límites que consideramos como hipertensión arterial.
Categoría Sistólica (mmHg) Diastólica (mmHg)
Normal menor de 120 y menor de 80
Elevada 120 – 129 y menor de 80
Hipertensión (estadío 1) 130 – 139 ó 80 – 89
Hipertensión (estadío 2) 140 o más ó 90 o más
Hasta ahora los límites para considerar hipertensión eran 140 mmHg o más para la tensión arterial sistólica (la alta) o 90 mmHg o más para la diastólica (la mínima). Cumplir uno o los dos criterios era suficiente para considerar que un individuo era hipertenso. El tramo de tensión comprendido entre los 130 y 139 mmHg y los 85 a 89 mmHg era considerado como normal-alta.
Según las nuevas guías, recientemente publicadas, los niveles considerados como hipertensión descienden a 130 mmHg para la sistólica y a 80 mmHg para la diastólica. Desde los 120 a los 129 mmHg se considera como tensión arterial elevada y menor de 120 y de 80 mmHg como tensión normal.
Como consecuencia de estas nuevas recomendaciones aumentarán de forma importante el número de individuos considerados hipertensos. Sobre todo, en los menores de 45 años, que se triplicará en varones y duplicará en mujeres.
Como ya sabemos la hipertensión arterial está muy relacionada con el riesgo cardiovascular. Según un metaanálisis de 61 estudios prospectivos, el riesgo cardiovascular aumenta en progresión logarítmica desde los 115 mmHg de presión sistólica y desde los 75 mmHg de diastólica. En esta publicación, una elevación de 20 mmHg en la sistólica o de 10 mmHg en la diastólica se asocia a duplicar el riesgo de morir por ictus, cardiopatía u otro tipo de enfermedad vascular.
En otro estudio con más de 1 millón de personas mayores de 30 años, tener la tensión elevada se asoció con un riesgo aumentado de enfermedad cardiovascular, angina de pecho, infarto de miocardio, insuficiencia cardiaca, ictus, enfermedad vascular periférica y aneurisma aórtico.
Según estas nuevas recomendaciones, será necesario tratar a un número mayor de individuos para bajar su presión arterial. Este objetivo va a ser especialmente difícil si tenemos en cuenta que ya, en la actualidad, sólo el 50% de los pacientes llega a alcanzar los niveles hasta ahora recomendados (menores de 140/90 mmHg). Por lo que si estos niveles los descendemos todavía más será preciso emplear un mayor número de fármacos y a dosis superiores.
Como parte positiva, para el grupo de paciente con estadío 1 de hipertensión (entre 130 – 139 y 80 – 89 mmHg) sólo se recomiendan medidas higiénico dietéticas (pérdida de peso, ejercicio físico, dieta DASH, reducción del consumo de sal y aumento de potasio y moderar el consumo de alcohol) siempre tengan menos de 65 años y que no tengan una enfermedad cardiovascular conocida o un alto riesgo de padecerla.
A los individuos en el grupo de tensión arterial elevada, pero no hipertensión (120-129 mmHg) también se les recomienda disminuir sus niveles a tensión a los normales (menores de 120/80 mmHg) pero exclusivamente con las medidas no farmacológicas arribas descritas.
En cambio, a los pacientes en el estadío 2 de hipertensión (mayor o igual a 140/90 mmHg) se recomienda iniciar directamente tratamiento farmacológico, independientemente de su riesgo cardiovascular.
El objetivo es conseguir, una vez iniciado el tratamiento, en todos los casos y a cualquier edad, niveles de presión arterial inferiores al menos a 130/80 mmHg, utilizando medidas farmacológicas o no y de forma ideal menores de 120/80 mediante tratamientos no farmacológicos.
Es importante que todos conozcamos, no sólo los problemas asociados a la hipertensión, sino que seamos conscientes que ya que no da ningún síntoma en la mayoría de los pacientes, es necesario realizar controles periódicos de nuestra tensión arterial. Es la única manera de diagnosticarla y por lo tanto tomar las medidas necesarias antes de que provoque daños, frecuentemente irreversibles, en nuestras arterias.
Esta labor de concienciación no es fácil, ya que a la mayoría de las personas no nos gusta tomar medicación, sobre todo para un «hipótetico» problema que no nos produce ningún síntoma. Además, tenemos la idea que empezar a tomar pastillas es empezar a envejecer, cuando de hecho es exactamente al revés. Cuántos pacientes al recetarle una pastilla para la hipertensión me han preguntado: ¿Pero, doctor, esta pastilla es ya para siempre?. Y al contestarles que sí, que probablemente necesitarán una o varias pastillas para el control de su tensión arterial, durante toda su vida, me comentan: «pero…, si ya parezco como mis padres». Tomamos las pastillas para prevenir el envejecimiento de nuestras arterias. Tampoco ayuda la existencia profesionales de la sanidad que tienen conceptos erróneos sobre la hipertensión y que transmiten frases como «esta tensión es normal para su edad», otros que minimizan los riesgos de la misma o que son poco exigentes en conseguir los niveles de tensión recomendados.
Estas guías, como digo al principio, son las recomendaciones de las principales sociedades científicas americanas que se ocupan del estudio y tratamiento de la hipertensión. Es de esperar que más bien pronto que tarde la Sociedad Europea de Cardiología (ESC) se posicione sobre estas recomendaciones de más allá del Atlántico.