Recientemente, se ha publicado un estudio en que se analiza el efecto de haber suprimido las grasas hidrogenadas (trans) del menú de numerosos lugares de alimentación en ciertos condados de Nueva York.
En junio del 2015 la FDA (Food and Drugs Administration) de estados unidos revocó el estatus de “en general consideradas como saludables” de las grasas parcialmente hidrogenadas; lo que conocemos como grasas trans. Además se aprobó una normativa por la cual en el 2018 se restringirían las grasas trans de cualquier producto alimenticio.
Adelantándose a la normativa de la FDA, a partir de 2007, 11 de los 62 condados de Nueva York, acordaron la restricción de grasas hidrogenadas de cafeterías, restaurantes, máquinas expendedoras y otros lugares donde se servía comida.
En este estudio, se comparó la cantidad relativa de eventos cardiovasculares de 9 de los condados con restricción de este tipo de grasas con respecto a 8 en los que no existían restricciones.
En todos ellos se había evidenciado una disminución de estos eventos desde el 2002, en probable relación con la disminución del consumo de tabaco y el mejor control de la hipertensión.
En los condados en los que se aplicó la restricción de grasas hidrogenadas se objetivó, a partir del 2007, un descenso añadido significativo en la tasa de eventos combinados de infarto agudo de miocardio e ictus. Pero, tras hacer un análisis en profundidad se evidenció que dicho descenso de eventos sólo era significativo relacionándolo con el infarto y no con el ictus. Este hallazgo concuerda con otros publicados, en los que también se determina que el efecto protector de abandonar las grasas trans, ejerce su efecto fundamental protegiendo contra el infarto de miocardio y no frente al ictus.
Este estudio deja claro que la supresión de la grasas hidrogenadas de nuestras dietas reduce los infartos y por lo tanto, salva vidas y que no se trata de algo puramente de estudio de laboratorio. Por lo tanto, no sólo debemos poner todo el empeño posible en desterrar dicho tipo de grasas de nuestras dietas y de la de nuestra familia, sino que debemos demandar, a las autoridades sanitarias de nuestro país, que asuman la evidencia y pongan la normativa que permita desterrar este tipo de grasas de nuestra alimentación, del mismo modo que ya están haciendo otros países desarrollados.
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