Según publiqué en un post de 2014, sabemos que los principales factores de riesgo cardiovascular que podemos modificar mediante diferentes tratamientos son los niveles de colesterol y de glucosa en sangre, la tensión arterial y el hábito de fumar. Otros importantes factores de riesgo que no está en nuestra mano poder modificar son la edad, el sexo y la carga genética del individuo. Existen también otros factores de riesgo modificables como son la obesidad, el sedentarismo y los problemas psicosociales (estrés, depresión), aunque no tienen la misma importancia que los primeramente mencionados. Por eso, en el presente post me voy a centrar en los tres primeros, ya que el cuarto no necesita mayor explicación: no sólo dejar de fumar, sino evitar exponerse a ambientes con humo.
Con respecto al título, hablamos de prevención primaria cuando lo que tratamos de evitar es la aparición de un evento cardiovascular (angina, infarto, ictus) en pacientes que no tienen enfermedad cardiovascular conocida. Sería, por lo tanto, prevención secundaria cuando lo que tratamos es de prevenir otro evento en una paciente que ya ha presentado uno.
Un reciente artículo, publicado el pasado mes de octubre en el Journal of the American College of Cardiology expone lo que actualmente sabemos sobre cómo y cuánto debemos modificar estos tres factores para prevenir problemas cardiovasculares.
Tras analizar diferentes estudios realizados al respecto las conclusiones son las siguientes:
En lo referente a la tensión y la glucosa sólo tenemos un beneficio claro al tratarlas cuando son anormales. Es decir; no es útil el disminuir con medicamentos los niveles de glucosa en sangre ni tampoco las cifras de tensión arterial antes de que sobrepasen los límites establecidos. Por lo tanto, el tratamiento farmacológico, en el caso de la diabetes sólo se recomienda cuando ha sido diagnosticada, con el objetivo de conseguir una hemoglobina glicosilada en sangre menor de 7 e incluso menor de 6.5 en algunos pacientes con diabetes de corta duración y sin enfermedad cardiovascular. En cuanto a la hipertensión, según las guías de tratamiento actuales debemos tratar a los individuos con cifras mayores o iguales a 140/90 mmHg, con el objetivo de conseguir cifras de tensión arterial menores de 130/90 mmHg. Este mismo mes van a publicarse nuevas guías, que pudieran rebajar los límites considerados como hipertensión y podrían volver a disminuir estos valores.
Por otra parte, también resulta clara la importancia de cambios en la conducta y estilo de vida de los pacientes, que sin llegar a presentar diabetes o hipertensión están en riesgo de desarrollarlas. Por lo tanto, cambios en la dieta y en la actividad física se deben recomendar a cualquier persona, incluso a las de menor riesgo cardiovascular, pero es mucho más necesario hacerlo en estos individuos con mayor probabilidad de desarrollar hipertensión o diabetes.
En cuanto al tratamiento del colesterol, debemos guiarnos no sólo por los niveles en sangre de colesterol sino también por el riesgo cardiovascular de ese paciente, determinado por la existencia de otros factores añadidos, desde la edad y el sexo hasta los antecedentes familiares de enfermedad coronaria, pasando por los ya descritos con anterioridad.
Deberíamos tratar a todos los pacientes con un LDL colesterol mayor de 190 o a los pacientes con un menor nivel, pero con un riesgo cardiovascular alto o muy alto.
En cuanto a qué niveles tratar por debajo de esos 190 mg/dl y a qué cifras objetivo debemos tratar de llegar, existen diferencias entre las pautas americanas y europeas, pero en ambas la intensidad del tratamiento está condicionada por el riesgo del paciente. Así, individuos con niveles normales de colesterol deberían recibir tratamiento para disminuirlo si su riesgo fuera elevado, mientras que otros pacientes con niveles elevados de colesterol no recibirán tratamiento si tuvieran bajo riesgo. Se pensaba que los niveles fisiológicos (normales) de LDL colesterol que deberíamos tratar de conseguir serían los del recién nacido, que se encuentran entre 21 y 39 mg/dl. Pero con los nuevos tratamientos se han conseguido cifras muy inferiores (hasta de 3 mg/dl) sin encontrar efectos secundarios y con un continuo descenso del riesgo, según disminuyen los niveles. Por lo tanto, hoy por hoy, podemos decir que cuanto más bajo tengamos el colesterol, mejor.
Otras cuestiones importantes son cuándo comenzar el tratamiento y cómo valorar adecuadamente el riesgo cardiovascular del individuo.
A pesar de que las tablas para la valoración del riesgo cardiovascular actuales no comienzan antes de los 40 años de edad, cada vez existen más evidencias de que el daño de la hipercolesterolemia comienza en la edad infantil, pudiéndose detectar alteraciones en las arterias de niños de incluso 2 años de edad.
De la misma forma, los actuales criterios para la valoración del riesgo cardiovascular deberían mejorar, ya que no tienen en cuenta datos que claramente modifican ese riesgo, como son los niveles de PCR ultrasensible, de NT-proBNP, troponina ultrasensible, proteinuria, glucosuria, lipoproteína (a), hipertrofia ventricular izquierda, calcio en coronarias, placas ateroscleróticas en las carótidas, índice tobillo-brazo y factores genéticos.
Si consiguiéramos una integración de todos estos datos junto a los tradicionales obtendríamos una determinación mucho más exacta del riesgo cardiovascular del individuo y conseguiríamos dar tratamientos más apropiados a cada paciente.
Como conclusión, deberíamos tener más herramientas para calcular adecuadamente el riesgo de los pacientes y a edades más tempranas. A diferencia de la glucosa en sangre, los niveles aconsejados de tensión arterial y sobre todo de colesterol en sangre van disminuyendo según tenemos más información sobre la evolución de los pacientes.
Deja un comentario (sólo del contenido del post)