La sal es uno de los aditivos más apreciados en nuestras mesas. Los alimentos sin sal añadida parecen insípidos y poco deseables. Estamos acostumbrados desde la infancia a los sabores salados y no disfrutamos de igual forma una comida sin sal que una algo más salda. Los alimentos salados nos parecen más sabrosos y deseables.
Sin embargo; es bien conocido que la sal predispone a la aparición de hipertensión arterial, que es uno de los principales factores de riesgo cardiovascular. Existe abundantísima evidencia científica que demuestra que las personas que consumen una dieta baja de sodio (sal) tienes presiones arterial menores que las que consumen una mayor cantidad de sal.
Entonces parecería ser que la solución, aunque desagradable, estaría en nuestras manos y sería fácil de conseguir. Simplemente, eliminando la sal añadida de nuestros comidas.
Pero no, no es tan fácil. Una gran cantidad de sal que consumimos no es la que añadimos en la mesa ni durante la cocción, sino que ya la incorporan los alimentos procesamos que compramos.
Recientemente la FDA (Food & Drugs Administration) ha dado un ultimátum en forma de recomendación a la industria alimentaria, para que voluntariamente comience una etapa de reducción drástica del uso de sal.
Se ha propuesto, como objetivo, reducir los actuales 3.4 gramos diarios de consumo medio de sal a 3 gramos en dos años y a 2.3 gramos en diez años.
De hecho se ha comprobado que, en Estados Unidos, el 75% de sal consumida no proviene de los saleros ni se añade durante la cocción de los alimentos sino que la incorporan los alimentos procesados que compramos en el supermercado. Por lo tanto, sólo el 25% del total de sal consumimos depende de nosotros.
No existe en la actualidad que regule la cantidad de sal que los fabricantes peden añadirle, como máximo, a los productos que producen
Así, por ejemplo, una porción de pizza puede contener más de ochocientos miligramos y dos rodajas de pan de molde más de trescientos. Otros alimentos procesados como son los aperitivos (patatas fritas, cacahuetes, pistachos, almendras, avellanas, galletitas saladas, palomitas de maíz, pipas), productos enlatados (atún, espárragos, sopas, sardinas, tomate frito, maíz), embutidos (salchichón, chorizo, butifarra, chistorra, jamón serrano y cocido, mortadela, paté, salami, salchicha, sobrasada) y derivados de la leche (mantequilla y margarinas saladas, queso de cabra, queso Cheddar, mozarella).
En general, deberíamos acostumbrarnos a revisar las etiquetas de los productos que consumimos y rechazar los alimentos que contengan más de 1 gramos por cada 100 de sal o más de 0.5 gramos de sodio por 100 del producto.
En conclusión: la sal, ya sea añadida por nosotros mismos o principalmente por los fabricantes de los productos procesados que consumimos, nos predispone a sufrir hipertensión y perjudica nuestra salud, aumentando considerablemente nuestro riesgo cardiovascular.
Deja un comentario (sólo del contenido del post)