El estrés no se considera por sí mismo un factor de riesgo cardiovascular. De hecho, no se tiene en cuenta para valorar la probabilidad del paciente de sufrir un infarto. No se define en ninguna guía de práctica clínica como factor a valorar ni hay calculadoras de riesgo que lo incorporen. Tampoco existen recomendaciones de las diferentes sociedades de cardiología, para su manejo en la prevención de problemas cardiacos ni en el tratamiento de los pacientes que ya los padecen.
Todo esto está muy bien, pero entonces… ¿por qué todos tenemos el convencimiento de que el estrés SÍ influye en nuestro riesgo de padecer un infarto?
¿Cuales son los efectos del estrés sobre nuestro organismo?
Podemos dividirlos en efectos físicos y psicológicos. Vamos a centrarnos en los físicos.
El estrés produce:
- Activación del sistema nervioso simpático con liberación de catecolaminas (adrenalina y noradrenalina) (vasoconstricción periférica, taquicardia, hipertensión).
- Liberación de cortisol (hipertensión).
- Aumento de la glucosa plasmática (hiperglucemia, diabetes).
- Aumento de factores de la coagulación (aumento de la probabilidad de trombosis).
- Inmunosupresión (teoría de la aterosclerosis como un proceso infeccioso / inflamatorio crónico).
Todos estos efectos aumentan, de forma bien conocida, la posibilidad de padecer un problema cardiovascular.
Además, los sujetos con un alto nivel de estrés también suelen tener otros factores de riesgo asociados a peores hábitos personales, como el tabaquismo, importante consumo de alcohol y de otras drogas, hábito sedentario y obesidad o hipercolesterolemia por una dieta inadecuada.
En 1957, dos cardiólogos, Rosenman y Friedman, del hospital Monte Sinaí, en San Francisco, California, describieron la que llamaron personalidad tipo A. Las personas con este tipo de personalidad están continuamente inquietos, son impacientes y hostiles con el resto de compañeros con los que está en constante competitividad. Viven a contra reloj, se implican exageradamente en el trabajo, son personas dominantes y autoritarias que hablan con voz alta y con rapidez. Su vida gira en torno al trabajo. Estas personas son altamente propensas a padecer estrés y presentan un riesgo 2.5 veces mayor de padecer un infarto de miocardio o una angina de pecho.
Existen varios estudios de interés sobre la influencia del estrés sobre la probabilidad de padecer un infarto de miocardio.
Un estudio de 2004, publicado en LANCET concluye que el estrés se asocia a un mayor riesgo de sufrir un infarto de miocardio y recomienda tomar medidas encaminadas a la modificación del mismo.
Otro estudio del 2007 del JAMA, demuestra que el estrés laboral después de sufrir un primer infarto se asocia a un aumento de la probabilidad de volver a padecerlo.
Finalmente, un metanálisis de 2012 publicado en el American Journal of Cardiology, sugiere que un alto nivel de estrés se asocia a un moderado aumento del riesgo de cardiopatía isquémica.
En conclusión: a pesar de que el estrés no se valora habitualmente para el cálculo del riesgo cardiovascular ni se recomiendan medidas para combatirlo, influye sin duda en la probabilidad de padecer un evento cardiovascular. Por lo tanto, sería conveniente que las diferentes sociedades científicas promovieran la modificación de este factor con medidas concretas.
[…] ya expliqué en el post de febrero del 2015, el estrés tiene una evidente influencia negativa sobre el riesgo cardiovascular a pesar de que no […]