Como ya mencioné en varios post previos (1, 2 y 3), la obesidad es un importante factor de riesgo cardiovascular. Se asocia con bajos niveles de HDL colesterol (el “bueno), alto niveles del LDL colesterol (el colesterol “malo”) y de triglicéridos. También favorece la aparición de hipertensión arterial y aumenta los niveles de glucosa en sangre por aumento de la resistencia a la insulina. A la obesidad se le asocia con el infarto de miocardio, el ictus, el cáncer, la diabetes, el hígado graso, la artrosis y la depresión.
También, como se publicó recientemente en el Journal of de American Heart Association, predispone a la aparición de fibrilación auricular, que como expliqué en el post de agosto de 2015 es una arritmia frecuente, que precisa tratamiento y control.
Cuando se trata de obesidad abdominal o central el riesgo aumenta todavía más. Pero,… ¿conocemos la razón?
Pues aún no sabemos cual es el o los mecanismos de ese especialmente perjudicial efecto de la grasa abdominal. Se han propuesto diferentes explicaciones como que este tipo de grasa, a diferencia de la subcutánea, es capaz de activar los mecanismos de estrés del organismo que a su vez ocasionan aumento del riesgo cardiovascular, elevación de la frecuencia cardiaca, tensión arterial y glucosa en sangre. Otro mecanismo propuesto, sugiere que las grasas acumuladas en el abdomen van directamente al hígado y se acumulan en células del páncreas, corazón y otros órganos no preparados para acumular grasa, ocasionando problemas para realizar su función correcta.
¿Por qué es tan difícil quitar la barriga cuando vamos cumpliendo años?
Recientemente, se ha publicado en la revista Nature un estudio al respecto, realizado por investigadores de la universidad de Yale. En este estudio, explican que la destrucción de las grasas (lipolisis) producida por las catecolaminas (adrenalina y análogos) disminuye con la edad. Esta disminución en la movilización de los ácidos grasos en la edad adulta se acompaña de un aumento en la grasa en las vísceras, disminución de la capacidad de ejercicio, dificultad del mantenimiento de la temperatura corporal con el frío y de la capacidad de sobrevivir al hambre e inanición.
Al parecer, los macrófagos (unas células de nuestro organismo, normalmente especializadas en luchar contra las infecciones), serían los responsables de que las catecolaminas no llevaran cabo su acción de quemar este tipo de grasas. Cuando se restaura la acción normal de estos macrófagos envejecidos mediante una medicación actualmente usada para el tratamiento de la depresión, los IMAO (inhibidores de la enzima monoamino-oxidasa), se recobra la normal destrucción de la grasa abdominal. Esta circunstancia ha sido sólo probada en ratones, por lo que habrá que esperar para ver la seguridad de este planteamiento en humanos.
Como dato a tener en cuenta, también sabemos, según un metaanálisis publicado este mes de octubre, que los trabajadores con turno de noche también tienen una mayor predisposición para desarrollar obesidad abdominal, sobre todo si tienen un turno fijo de noches.
Lo explican autores explican esta circunstancia por la supresión de la melatonina, debido al cambio en el ritmo circadiano a consecuencia a la exposición nocturna a la luz. La melatonina regula la secreción de varias hormonas y su ausencia puede producir anormalidades metabólicas.
Como conclusión: la obesidad abdominal es especialmente perjudicial para nuestra salud. Con la edad es cada vez más difícil eliminarla, probablemente por múltiples mecanismos. Existen nuevas perspectivas que pueden ayudarnos a solucionar este importante problema.
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