Según vimos en el reciente post de hace 1 mes, no todos los tipos de calorías son iguales. Pero, además de la cantidad y la calidad de las calorías, ¿es importante la hora del día en la que nos alimentamos?
De esta cuestión se encarga la crononutrición o ritmonutrición. Esta disciplina se basa en la cronobiología y en nuestros ritmos circadianos.
La crononutrición fue desarrollada en el año 1986 por el doctor Alain Delabos. Postuló que los diferentes tipos de alimentos no se utilizan por nuestro organismo de igual forma, dependiendo de la hora a la que se consumen y también nuestro morfotipo (características físicas). Los alimentos pueden consumirse o almacenarse dependiendo del tipo de alimento de que se trate, del momento de su ingestión y de nuestras características físicas.
Esta forma de alimentarse se basa hipotéticamente en respetar el ritmo circadiano natural del organismo. Es decir; consiste en ingerir nutrientes y alimentos cuando teóricamente son más necesarios y útiles para el cuerpo.
Nuestro organismo segrega hormonas (cortisol e insulina), que reclaman alimentos aproximadamente cada 4 horas. Es entonces cuando deberíamos aportarle los nutrientes adecuados según cada momento del día. Por esa razón, aconseja las cuatro comidas al día a horas fijas (cada 4 horas); las tres principales más la merienda.
La crononutrición también aconseja que para respetar nuestros propios ritmos biológicos (hormonales y metabólicos), tendremos que consumir alimentos grasos por la mañana, proteínas y azúcares “lentos” (de bajo índice glucémico) a mediodía y por la tarde y ligeros o ayunar por la noche.
La crononutrición vuelve a poner en vigencia la conocida frase: «desayuna como un rey, almuerza como un príncipe y cena como un mendigo”.
Pero, ¿qué dice la ciencia sobre la crononutrición?
Por una parte, existen estudios que intentan descubrir la influencia de la regularidad de la alimentación sobre nuestro riesgo cardiovascular.
Algunos relacionan la irregularidad de la alimentación con un mayor riesgo de desarrollar síndrome metabólico (resistencia a la insulina, hipertensión, hipertrigliceridemia, descenso del HDL colesterol y obesidad central), con el consecuente aumento del riesgo cardiovascular.
Otro estudio realizó un seguimiento a los 17 años de 1,768 individuos del Reino Unido. Concluyó que los que tenían una alimentación más irregular en la comida de mediodía y en las comidas entre horas presentaban un mayor riesgo de desarrollar síndrome metabólico que los que comían de forma regular.
Según un artículo de la revista Proceedings of the Nutrition Society y con los limitados datos al respecto, la alimentación irregular se asocia con un mayor riesgo cardiometabólico.
Otro estudio de la misma revista, concluye que existen muchas variaciones entre diferentes países en cuanto al horario y las características de la alimentación. Sin embargo, algunos ensayos relacionan la obesidad al mayor consumo de alimentos por la noche.
También se puso en evidencia que los individuos que tenían trabajos nocturnos presentaban una mayor tendencia a ganar peso, a desarrollar síndrome metabólico y eventos cardiovasculares. Todo ello por un mecanismo no bien conocido, pero en probable relación con el cambio en el ritmo circadiano.
Por último, existe cierta evidencia que sugiere que ingerir una mayor cantidad a última hora del día se asocia al desarrollo de obesidad.
En conclusión, desde el punto de vista estrictamente científico no existen datos concluyentes. Sin embargo, parece probable que el horario de ingestión de los alimentos, su regularidad y el tipo de alimentación dependiendo del momento del día, pueda influir decisivamente en el desarrollo de obesidad, síndrome metabólico y en el riesgo cardiovascular.
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