Pues hoy voy a insistir con el tema de la importancia de la reducción de la cantidad de sal en la dieta. Ya escribí en octubre de 2016 sobre este tema, pero dada su importancia y las nuevas evidencias, creo que es conveniente recordarlo.
Como me decían cuando sólo era un estudiante de medicina de cuarto año: la sal no es necesaria para el adecuado funcionamiento de nuestro cuerpo. Los animales no consumen sal añadida a sus dietas y se mantienen perfectamente saludables.
Y esto no quiere decir que no necesitemos el sodio, que es fundamental para el adecuado funcionamiento celular; sólo quiere decir que no necesitamos añadir más sodio que el que ya tienen, de forma natural, los alimentos que consumimos.
Nuestras necesidades de sodio diarias son inferiores a 500 mg y nuestro consumo medio es de 9.000 a 10.000 mg al día. El consumo ideal de sal diario estaría entre 2 y 3 gramos, aunque las recomendaciones actuales suben la cantidad hasta los 5 gramos.
Se estima que 1 de cada 10 muertes de causa cardiovascular está en relación con un consumo mayor de 2 g/día de sal, por esa razón varias organizaciones abogan por bajar las recomendaciones a un máximo de entre 1.200 y 2.400 mg de sal al día.
Se han identificados personas especialmente sensibles a la sal de la dieta, que responden con elevaciones mayores de su presión arterial según se incrementa el contenido de sal. Esta sensibilidad a la sal es más frecuente en la raza negra, en avanzada edad, diabéticos, hipertensos, pacientes con enfermedad renal y en el síndrome metabólico. Estas personas también responden con dificultad al tratamiento con fármacos para su hipertensión si no se acompaña también de una reducción de la sal de sus dietas.
Pero, en general, a pesar de existir personas más sensibles al efecto de la sal y otras resistentes al mismo podríamos decir que reducir un gramo la sal en la dieta disminuye 3.1 mmHg la tensión arterial de los pacientes hipertensos y 1.6 mmHg de los normotensos. Según otros estudios, por cada 2.3 g de sal diarios que reduzcamos de nuestra dieta disminuiríamos 3.8 mmHg nuestra presión arterial.
Como ya he explicado en entradas previas (1, 2, 3) la hipertensión es uno de los factores de riesgo cardiovascular más importantes. Pero, además de la indudable relación entre el consumo de sal y los niveles de presión arterial, en al menos un amplio grupo de pacientes, la sal puede ser perjudicial para nuestra salud por otros mecanismos independientes del aumento de la tensión arterial. Existen evidencias de que puede dañar múltiples órganos y tejidos como son los vasos sanguíneos, el corazón, los riñones y áreas cerebrales que regulan el sistema nervioso autónomo.
Se ha demostrado la aparición de disfunción del endotelio arterial, aumento de la rigidez arterial, hipertrofia ventricular izquierda, deterioro de la función renal, aumento desproporcionado del sistema adrenérgico (simpático) a diferentes estímulos, enfermedad cerobrovascular y demencia. Todo ello sin un aumento asociado de las cifras de presión arterial.
Como término medio, se estima que el 80% de la sal que consumimos viene en los alimentos procesados, mientras que sólo el 20% es añadida por nosotros con posterioridad.
En conclusión, el consumo excesivo de sal no sólo aumenta el riesgo cardiovascular por el aumento asociado de la tensión arterial, sino que puede dañar de forma directa diversos órganos. Disminuir importantemente el consumo de alimentos procesados reduciría hasta en un 80% nuestro aporte diario de sal y también disminuiría la fuente principal de grasas trans, que se reconocen como las más perjudiciales para nuestra salud cardiovascular.