La palabra pericarditis proviene de la combinación de tres palabras griegas: peri (alrededor), kardia (corazón) e itis (inflamación). Por lo tanto, al nombrar este cuadro clínico se hizo referencia a una inflamación que ocurría alrededor del corazón.
El pericardio es un saco fibroelástico que rodea al corazón, formado por dos membranas: una pegada a la parte externa del corazón (pericardio visceral) y otra en el exterior de esta (pericardio parietal), separada de la anterior por un espacio potencial. En el sujeto sano, en este espacio entre ambas membranas del pericardio suele haber entre 15 y 50 ml de ultrafiltrado de plasma.
La razón más frecuente de la inflamación del pericardio es por una infección vírica del mismo, aunque también puede producirse por infecciones por hongos, bacterianas, irritación por radiación, post-traumática, después de un infarto de miocardio, drogas, toxinas, cánceres, enfermedades autoinmunes y del colágeno.
En este post me voy a referir principalmente a la pericarditis vírica.
Suele comenzar con un cuadro de afectación general, similar al gripal o con síntomas gastrointestinales y posteriormente es cuando aparece la sintomatología específica: dolor en el pecho.
Este dolor se refiere como opresivo (aunque también puede ser punzante), en el centro del pecho y prolongado. Se modifica con la respiración y con los cambios posturales y típicamente aumenta al acostarse, mejorado sentado o de pie.
Frecuentemente se producen pericarditis subclínicas; es decir, que no dan síntomas específicos y suelen confundirse con otros cuadro virales.
En pacientes que presentan una afectación leve, el cuadro puede curar por sí mismo con reposo en pocos días, si se deja a su libre evolución. En cambio, en otros es necesario el tratamiento farmacológico, basado fundamentalmente en antiinflamatorios (AINEs y colchicina). En casos de más difícil control puede ser necesario el tratamiento con corticoides y en casos complicados, ser preciso la realización de un drenaje pericárdico o incluso una pericardiectomía (resección del pericardio).
Las complicaciones de la pericarditis son la pericarditis recurrente, el derrame pericárdico y la pericarditis constrictiva.
En la pericarditis recurrente ocurren varios brotes de pericarditis uno a continuación del otro y obliga, a cambios del tratamiento, que frecuentemente incluye el empleo de corticoides. Se asocia frecuentemente a tratamientos inicialmente demasiado cortos o inapropiados, que no han sido capaces de eliminar totalmente el proceso inflamatorio.
Una complicación frecuente de la pericarditis es el derrame pericárdico, que es la acumulación de líquido entre las dos membranas del pericardio. Si este derrame es de una cantidad excesiva o se acumula en muy corto espacio de tiempo, puede ocurrir una complicación grave que es el taponamiento cardiaco, en la que la compresión externa del líquido a presión en el espacio pericárdico impide al corazón funcionar adecuadamente. El tratamiento es el drenaje del líquido (pericardiocentesis) y eventualmente la realización de una ventana pericárdica (apertura parcial quirúrgica del pericardio) o pericardiectomía (resección del pericardio).
En la pericarditis constrictiva el pericardio pasa de ser una membrana elástica a una coraza rígida que impide también el correcto funcionamiento del corazón en su interior. Esta complicación es relativamente frecuente cuando el origen de la pericarditis es por causas específicas (p.e. pericarditis tuberculosa) o cuando la afectación del pericardio ha sido muy repetida y prolongada en el tiempo. El tratamiento de esta complicación es la resección, lo más amplia posible, del pericardio.
En conclusión: la pericarditis en una afectación, por lo general benigna y de buen pronóstico, aunque no exenta de complicaciones infrecuentes, pero ocasionalmente graves.