Cómo ya expliqué en el post de febrero del 2015, el estrés tiene una evidente influencia negativa sobre el riesgo cardiovascular a pesar de que no se contempla como un factor de riesgo reconocido y no se incorpora a las tablas que usamos los cardiólogos a diario para el cálculo del riesgo cardiovascular de nuestros pacientes.
También hacía referencia a varios estudios que vinculan directamente el estrés a la aparición de eventos cardiovasculares, como son el del profesor Annika Rosengren, publicado en The Lancet en el 2004, el de Corine Aboa-Éboulé, MD, publicado en JAMA en 2007 o el meta-análisis de Safiya Richardson, que publicó en The American Journal of Cardiology en 2012.
Recientemente, otro estudio de Dr Ahmed Tawakol, MD, publicado también en The Lancet este pasado mes de enero, investiga cómo la actividad de la amígdala cerebral, de la que ya teníamos conocimiento por el pasado post de enero, influye en la aparición de eventos cardiovasculares.
La amígdala cerebral no sólo está implicada en la parte emocional de nuestro cerebro, sino también y de forma muy importante, en la percepción del estrés. Por lo tanto, los investigadores presuponen que determinando la actividad metabólica de la amígdala tendremos una aproximación al nivel de estrés del sujeto. De la magnitud de esta actividad podremos vincular o no la posibilidad de aparición de eventos cardiovasculares.
En el análisis psicométrico de los sujetos estudiados encontraron que el estrés percibido estaba asociado con la actividad de la amígdala, los niveles de proteína C-reactiva (reactante de fase aguda) y la inflamación arterial. Por lo tanto, ya hemos encontrado un primer mecanismo por el cual el estrés puede ocasionar eventos cardiovasculares.