Los cardiomiocitos o células musculares cardíacas son células bien diferenciadas, sin capacidad de regeneración, especializadas fundamentalmente en la contracción, con el objeto de poder hacer que el corazón pueda mover la sangre de todo nuestro organismo.
Como sabéis, el corazón funciona parecido a una bomba de agua. Su misión es mantener la sangre en constante movimiento, transportándola a sitios donde se carga de nutrientes y de oxígeno para después llevarla a los lugares donde son necesarios. Así dicho, la función del corazón no puede ser más prosaica. Muy alejada de ese órgano mítico en el que algunos han identificado el valor, la determinación, la capacidad de amar e incluso el alma. Aún así, la función del corazón es absolutamente fundamental para mantener la vida.
Las enfermedades cardiovasculares y entre ellas el infarto de miocardio, son la principal causa de muerte en el mundo.
El principal problema es que, al contrario de células de la piel o del hígado, los cardiomiocitos no son capaz de regenerarse. Por lo tanto, si mueren como consecuencia de una falta prolongada de oxígeno, como ocurre en el infarto de miocardio, se pierden definitivamente. El espacio que ocupaban no se sustituye con células nuevas con capacidad contráctil, sino con fibroblastos. Es decir; células cicatriciales sin función contráctil. De ahí que si la pérdida de cardiomiocitos, como consecuencia de un infarto, es suficientemente grande, el corazón pierda su capacidad de contraerse adecuadamente y de mover la sangre del cuerpo. Todo esto lleva a una entidad clínica llamada insuficiencia cardiaca.
La preocupación por reparar los efectos de un infarto de miocardio ha llevado a multitud de investigadores, durante muchos años, a tratar de sustituir las células muertas por células nuevas, con capacidad contráctil. El principal problema es que la diferenciación de las células madre en cardiomiocitos les hacen perder su capacidad de regeneración. Para solucionar este problema, la principal estrategia hasta ahora ha sido implantar células madre en el lugar dañado, con la esperanza de que se diferenciaran adecuadamente y adquirieran las capacidades contráctiles de sus hermanas de alrededor.
Pero hasta ahora no ha sido así.
Cuando hablamos de células madres pluripotentes nos referimos a células con capacidad de diferenciarse en las de cualquier tejido de nuestro organismo. Son las células que se encuentran en las primeras fases del desarrollo embrionario, antes de que se diferencien unas a células de la piel, hígado, corazón o cerebro. En la actualidad es relativamente sencillo obtener células madre desde de células maduras del adulto y de dediferenciarlas o volverlas a hacer pluripotentes mediante un tratamiento genético.
El problema actual es conseguir que las células madre diferenciadas a células cardiacas tengan un estado adecuado de maduración y especialización, que les permita proseguir la función que les corresponde de la misma forma que lo hacían las que anteriormente se perdieron. Si simplemente implantamos cardiomiocitos inmaduros, sin la adecuada especialización y diferenciación, no sólo no solucionamos el problema sino que podemos crear otros nuevos, como es la generación de arritmias.
Un reciente estudio, publicado en la revista Nature, nos descubre que existe un factor de respuesta sérico (SRF), con capacidad de modular la maduración de los cardiomiocitos. Este factor es capaz de activar genes encargados del ensamblaje de los sarcómeros y de la dinámica mitocondrial de los cardiomiocitos.
Los autores del estudio concluyen que una actividad cuidadosamente balanceada del SRF es esencial para promover la maduración de los cardiomiocitos a través de un proceso jerarquizado, orquestado por en ensamblaje del sarcómero.
Hasta ahora, el único tratamiento eficaz para recobrar la función cardiaca, cuando se había deteriorado muy importantemente tras un infarto, era y aún es el trasplante cardiaco. Esta nueva técnica abre la esperanza a la sustitución únicamente del tejido dañado.
Por lo tanto, el gran valor de esta investigación es que abre la esperanza a una sustitución efectiva de los cardiomiocitos perdidos en un infarto de miocardio, recobrando el correcto funcionamiento del corazón tras un proceso muy frecuente y de consecuencias en ocasiones desastrosas, como es el infarto de miocardio.