Clásicamente, desde hace ya muchos años, se ha relacionado la llamada personalidad tipo A de Friedman con un aumento de hasta dos veces y media más de probabilidad de padecer un evento coronario (angina de pecho o infarto de miocardio)
Todos conocemos a individuos con esta personalidad. Son personas enérgicas, duras, irritables, competitivas, autoritarias, impacientes, con dificultad de expresar sus emociones y de desarrollar una vida personal gratificante. Siempre tienen prisa y les cuesta de disfrutar pausadamente de los momentos de ocio. Muy centradas en el trabajo y en tener éxito en sus objetivos. Muy autoexigentes, con temor al fracaso. Necesitan estar continuamente ocupadas y les cuesta mantener una conversación que no consideren importante.
Desde que en 1957, los cardiólogos Rosenman y Friedman asociaron este tipo de personalidad a un claro aumento del riesgo cardiovascular, han ido realizándose más estudios sobre como otros aspectos psíquicos y emocionales del individuo afectan a su probabilidad de padecer un evento cardiovascular.
En previos post ya destacamos que las prolongadas horas de trabajo, el padecer un divorcio o el llamado “jet social” incrementaban nuestro riesgo cardiovascular. Pero existen también otros aspectos asociados a un incremento significativo de este riesgo
- Existe otro tipo de personalidad, llamada tipo D o de estrés negativo, caracterizada por presentar emociones negativas inhibiendo las emociones e interacción social, que aumenta el riesgo cardiovascular. Los individuos con este tipo de personalidad son reservados, inseguros, se sienten infelices, son pesimistas, se enfadan con facilidad, tienen síntomas depresivos y baja autoestima y asertividad.
- Un bajo estatus socio-laboral, entendiéndolo como bajo nivel educacional e ingresos por su trabajo o residir en áreas más deprimidas, aumenta hasta al doble, la mortalidad por infarto de miocardio.
- La soledad y el aislamiento social también aumentan la probabilidad de morir prematuramente de infarto.
- Episodios de importante estrés mental, como derivados de catástrofes naturales o de importantes problemas personales, que ocasionen emociones muy negativas, pueden desencadenar un infarto. Por ejemplo, tras la muerte de una persona importante para nosotros, la probabilidad de padecer un infarto de miocardio aumenta hasta en 21 veces durante las primeras 24 horas.
- La depresión también aumenta, casi al doble, la probabilidad de presentar un evento coronario y empeora el pronóstico del mismo.
- Los ataques de pánico, la ansiedad y las enfermedades mentales como la esquizofrenia, empeoran el riesgo y el pronóstico cardiovascular.
Los mecanismos del aumento del riesgo en estas situaciones no se conoce con seguridad, pero se relacionan con malos hábitos de salud (fumar, comida no saludable, sedentarismo) y con las bajas probabilidades de seguir las recomendaciones médicas sobre hábitos cardiosaludables.
También se producen alteraciones del sistema nervioso autónomo, con cambios en el eje hipotálamo – hipofisario que afectan a la función endotelial, favorece la inflamación crónica y afecta a la perfusión del miocardio.
En conclusión: nuestra personalidad, condiciones socio-económicas y el estrés negativo soportado influyen negativamente no sólo en nuestro riesgo cardiovascular sino también en nuestro pronóstico en el caso de presentar un evento coronario.