Revisando las últimas publicaciones, me ha llamado la atención una Guía de práctica clínica de la Sociedad Europea de Cardiología, publicada el pasado mes de enero, sobre la depresión y su asociación con la enfermedad de las arterias coronarias.
En dicha Guía, los autores concluyen que existen una relación bidireccional entre la depresión y la enfermedad coronaria. La depresión es muy frecuente en este tipo de pacientes y es un factor de riesgo independiente que predice un peor pronóstico. También reconocen la depresión como un factor de riesgo modificable en este grupo de pacientes.
A raíz de la lectura de esta guía he sido consciente de la importante relación entre nuestro estado anímico y los problemas cardiovasculares.
A mediados de los años 50 del siglo pasado, unos cardiólogos ya se dieron cuenta de esta asociación y relacionaron la llamada personalidad tipo A (autoexigente, competitivo, ambicioso, centrado en el trabajo…) con la aparición de un mayor problemas cardiovasculares y de hipertensión arterial.
Con posterioridad, tenemos evidencias que también un alto nivel de estrés, episodios de enfado o agresividad y trabajar una gran cantidad de horas a la semana aumenta la probabilidad de padecer un infarto de miocardio.
De una forma similar, cuadros depresivos asociados a la soledad y aislamiento social o secundarios a eventos desagradables (como por ejemplo un divorcio) también aumentan este riesgo cardiovascular.
En el otro lado de la balanza, oír una música que nos gusta, la meditación y el yoga disminuye el riesgo cardiovascular.
Cada vez debemos ser más conscientes de cuidar también nuestra mente y no sólo nuestro cuerpo para prevenir, no sólo enfermedades mentales, sino también físicas, como lo es un infarto de miocardio.
Aún no sabemos con claridad la relación entre nuestro estado anímico y las enfermedades somáticas, pero todos sabemos y hemos sido testigo de esta relación. La aparición de problemas gastrointestinales, dolores de cabeza, alteraciones de la piel y dolores en diferentes partes de cuerpo (también en el pecho) están frecuentemente asociadas con alteraciones del estado de ánimo.
Se han implicado alteraciones anímicas con disfunción endotelial, aumento de los procesos inflamatorios y mayor propensión a la aparición de trombosis y agregación plaquetaria, como causas del aumento del riesgo cardiovascular. Pero los mecanismos básicos de esta relación aún no están claros, en absoluto.
En conclusión, las enfermedades cardiovasculares, como muchas otras, tienen una relación indiscutible con nuestros estados anímicos. Además de los factores de riesgo convencionales (colesterol, hipertensión, tabaco, obesidad, diabetes,..), debemos empezar a pensar en tratar también nuestra mente y nuestros estados anímicos / emocionales para conseguir una prevención más global no sólo de las enfermedades cardiovasculares, sino de muchas otras.